El vino chileno tiene algo especial 

Entre los cientos de opciones que hay en vinos, el chileno se distingue por la posición que ha alcanzado a nivel de producción y en términos entre precio–calidad.

La tecnología ha tenido mucho que ver, al ayudar a que cada año la calidad de la bebida se mantenga o hasta mejore. Además, ayuda a cuidar mucho de la tierra y del entorno donde se lleva a cabo todo el proceso, pues el país tiene a su favor particularidades geográficas y un clima mediterráneo.

Un país idóneo para desarrollar la viticultura sustentable

Chile tiene la oportunidad de desarrollar un ambiente adecuado en enología, por lo que cuenta con una gran variedad en estilos de vino en pro del medio ambiente. La viticultura conformada por viñas orgánicas y biodinámicas cobra mayor fuerza en la última década y su sociedad se ve rodeada de factores positivos, como mucho orgullo y ganas de trabajar.

La naturaleza, proveedora de materia prima, permite cultivar fruta fina, dando origen a la historia de amor entre los consumidores y el vino. Gozan de una relación sana, ecológica, apasionada y con enorme fidelidad dentro y fuera del país. Los nativos consumen su propio vino, pero saben muy bien que compiten con honor contra otros, provenientes de Europa, como los italianos, franceses o españoles.

Grapes hang on the vine in Montgras Vineyard, in Santa Cruz, Chile. *** Las uvas cuelgan en el viñedo Montgras, en Santa Cruz, Chile. (Joe Raedle/Getty Images)

La influencia española durante La Conquista en América fue importante para Chile, pues así se introdujo la vid con la que se producen estas bebidas; se usaba como elemento fundamental en las misas católicas. En el siglo XVI, se registraron los primeros viñedos en tierras chilenas, y en el siglo XIX, los viajes trasatlánticos posibilitaron la facilidad del comercio entre otras naciones, permitiendo que el mercado se viera abarrotado de nuevos ingredientes internacionales. Chile aprendió de sus maestros y hasta los superó.

“Como muchas otras cosas en Latinoamérica, la historia del vino chileno comienza con la llegada de los españoles, quienes introdujeron los primeros vides a los valles alrededor del año 1550″, dijo Pablo Ugarte, catador y especialista chileno. “Influyeron mucho las características del suelo, la temperatura, las aguas provenientes del río. Esos fueron factores fundamentales que fincaron aquí el orgullo que hoy es nuestro vino”.

En la actualidad, el interés por hacerse de una precisión en el diseño de los viñedos ha logrado que este tema sea de interés general en la producción viticultural. Gozan de la uva criolla País desde hace muchos siglos, pero es hoy cuando tienen la ventaja competitiva, al usar otras como la Sauvignon Blanc y Chardonnay para sus vinos blancos, y las Cabernet Sauvignon, Merlot, Carmenère o Syrah en sus tintos.

Los vinos más famosos en Chile van de uno tinto San Carolina a uno blanco Sauvignon Blanc Nimbus Estate. El primero, de Santa Carolina, tiene un color violeta profundo; es voluptuoso, con un ligero toque de cedro y una pizca ácida que balancea su estructura fuerte y sus taninos pesados. Lo usan mucho para acompañar carnes rojas o pastas como pappardelle a la boloñesa. El refrescante vino blanco Sauvignon Blanc Nimbus Estate, conocido por su acidez con tonos tropicales y florales, es complejo; presenta niveles cítricos de lima con toques sutiles de pimienta blanca y hierbas, pero es precisamente esa mezcla entre sabores lo que lo hace único.

A worker fills a barrel of wine at the Laura Hartwig Vineyard, in Santa Cruz, Chile. *** Un trabajador llena un barril de vino en la viña Laura Hartwig, en Santa Cruz, Chile. (Joe Raedle/Getty Images)

“En 1980 se inició un fuerte proceso de cambio en el que el objetivo fue ir a los mercados con los vinos que estos requerían”, dijo el catador. “Además, se incorporaron nuevas tecnologías a la industria. También influyó mucho el cambio y las legislaciones que regulan el tema del vino en el país. Todo esto ha hecho que productores internacionales reconocieran las cepas chilenas”.

Otro imperdonable por su ausencia en reuniones sociales sería el vino blanco Chardonnay Reserva Santa Carolina, por su intensidad media, equilibrado idealmente entre el dulzor y la acidez de su gusto en cada sorbo. Se bebe mientras se comen ostras, calamares o langostas, así como pescados ahumados. El vino tinto y color rubí Carmenere Cousiño Macul—distinguido por sus ribetes púrpuras y brillantes y con un intenso aroma a pimienta negra, frutilla y frutos secos—es otra opción deseable desde que se destapa el envase de su contenido. Los hay de ciruela también, para tomar mientras se degusta queso maduro o platillos como el pastel de choclo, u otros preparados de la gastronomía chilena.

(Editado por Melanie Slone y LuzMarina Rojas-Carhuas)



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