Tras destitución de autoridades judiciales, Nayib Bukele concentra todo el poder en El Salvador

Las advertencias no faltaban.

“Bukele tiene muchas similitudes con Chávez y creo que esa es una advertencia que tenemos que tener muy presente” dijo José Miguel Vivanco, director para las Américas de Human Rights Watch, en una entrevista el pasado abril.

Días después, la atención del mundo estaba puesta en El Salvador.

A principios de marzo, el partido de Nayib Bukele había logrado un resultado histórico en las elecciones legislativas. La agrupación Nuevas Ideas consiguió la mayoría absoluta en la Asamblea, algo sin precedentes en la política salvadoreña.

Con ese resultado, se especulaba que Bukele, presidente desde 2019, tendría poder absoluto para gobernar. Los partidos tradicionales, el FMLN [Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, izquierda] y Arena [Alianza Republicana Nacionalista, derecha] fueron prácticamente borrados del mapa.

Era la consolidación del ascenso meteórico del presidente salvadoreño, quien previamente había sido alcalde por el FMLN en San Salvador, entre 2015 y 2018. Posteriormente, se desligó del partido en el que comenzó su carrera política y buscó la presidencia por su cuenta.

“Tres cosas explican su ascenso rápido. Primero, el más obvio: su hábil manejo de las redes sociales y las comunicaciones digitales. Segundo, él sabe utilizar el profundo desencanto que 25 años de gobiernos de los partidos tradicionales generaron entre la población. Él se presenta a sí mismo como la alternativa a los partidos tradicionales, y la decepción de la gente hacia los mismos era tal que le compran el discurso. Tercero, tan pronto llega a la presidencia, él utiliza los recursos del gobierno (hasta el endeudamiento extremo) para montar programas de asistencia social en medio de la pandemia” dijo José Miguel Cruz, politólogo salvadoreño.

“Estos partidos no solo no han podido abordar estos temas [de violencia social] con éxito, sino que se han visto involucrados a los niveles más altos en escándalos de corrupción. Tres de los últimos cuatro presidentes han sido investigados y/o condenados por temas de corrupción de cientos de millones de dólares” dijo Tiziano Breda, analista para América Central del International Crisis Group.

Con la bendición de Bukele, la nueva Asamblea tomó posesión el sábado 1 de mayo. En su primera resolución, destituyó a los magistrados titulares y suplentes de la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia.

Vivanco ya seguía la tensa situación desde abril de 2020, cuando tuiteó: “Nayib Bukele usa el Covid-19 para debilitar a la Corte Suprema—principal freno a sus abusos. Para proteger a los salvadoreños, Luis Almagro [Secretario general de la OEA] debe declarar que las garantías de derechos y las instituciones democráticas siguen en pie, incluso en pandemia”.

El director para las Américas de Human Rights Watch y el presidente de El Salvador han estado enfrentados públicamente desde entonces.

Desde los inicios de la pandemia, Bukele se había enfrentado contra la Sala de lo Constitucional, debido a que esta bloqueó diversas acciones que el mandatario tomó para controlar la crisis sanitaria.

La Sala de lo Constitucional había declarado inconstitucionales una serie de decretos ejecutivos emitidos por el Ministerio de Salud, que permitían al gobierno controlar que los ciudadanos salieran en días específicos, cumpliendo con una cuarentena estricta.

El tribunal consideró que, con estas medidas, se vulneraban derechos ciudadanos fundamentales. Por otro lado, Bukele aseguró que le habían “quitado atribuciones para luchar contra la pandemia”.

Pocas horas después de la toma de posesión de la Asamblea, también se aprobó por mayoría absoluta la destitución del fiscal general, Raúl Melara. La oposición criticó las medidas, calificándolas de “golpe de Estado”. Organismos internacionales consideraron que “se había roto el Estado de derecho”.

Un elemento importante del inédito fenómeno de Bukele, quien gracias a estos nombramientos controla indirectamente las tres ramas del poder, es que lo hace sin una ideología definida y alimentando a quienes ven en él a una figura autoritaria.

Breda lo definió de la siguiente manera: “Él supo distanciarse de la ideología y presentarse como un candidato libre de ideologías, de centro. (…) Realmente conlleva elementos de políticas sociales progresistas, que se podrían asociar con temas de izquierda. Pero también una ideología de libre mercado, de la importancia de la empresa privada, que quizás podrían ser más afines a los de derecha”.

“Enfrente de públicos progresistas (universitarios, sindicalistas), su discurso es de izquierdas, denunciando al gran capital y a los ricos. Enfrente de empresarios y think tanks conservadores en Washington, su discurso es en favor de la iniciativa privada y la defensa de la familia tradicional”, dijo Cruz, complementando que, “lo sensato es ver a Bukele como el clásico líder populista autoritario, cuya única constante es la promoción de sí mismo como el ungido para salvar al país (y ahora a Centroamérica).”

Sin embargo, parece complicado que Bukele pueda mantener tan altos índices de popularidad hasta el fin de su mandato en 2024.

“Sí, [estas acciones] le restarán apoyo político en el mediano y largo plazo, cuando los efectos del control absoluto del poder se vuelvan contra la gente y cuando él no pueda seguir con su programa masivo de asistencia social. A diferencia de Chávez en Venezuela, Bukele no está sentado sobre recursos ilimitados (al menos mientras los precios del petróleo le favorecían). Por el contrario, El Salvador no tiene recursos propios más allá de las remesas, y el país se encuentra en un nivel de endeudamiento que hace imposible dedicar muchos recursos a programas sociales sostenibles” dijo Cruz, quien además considera que la complicada relación de Bukele con Washington dificultará su acceso al FMI y más préstamos internacionales.

“Lo que se espera, desafortunadamente, es que Bukele siga en su intento de aumentar su control de los poderes del Estado, destituir a más funcionarios incómodos, y aumentar los acosos y desacreditaciones a opositores, periodistas y defensores de los derechos humanos. Básicamente hace la consolidación de un poder muy concentrado en un gobierno de tinte bastante autoritario” dijo Breda.

Según él, la respuesta internacional será clave para el futuro de la política salvadoreña, tomando en cuenta experiencias parecidas en Honduras y Nicaragua, donde la postura “un poco débil” de otros gobiernos permitió que se llevaran a cabo avances sobre la democracia, como el de Bukele.

(Editado por Melanie Slone y LuzMarina Rojas-Carhuas)



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